00002. Mis maestros
Como decía Friedrich Nietzsche: Yo vivo de mi propio crédito. Yo no he tenido maestros. A lo sumo recuerdo a las dos únicas personas que, en mi vida de cognoscente académico, se ganaron tal distinción por mi parte.
La una, la señorita Gloria, cuando cursaba mis preparatorios del bachiller en el Colegio Zamarrilla de Málaga. Preciosa ella, joven, maternal, con su falda negra de paño y su conjunto (de jersey y rebeca), rosa claro, cuya lana tricotaba dos hiladas de ochos que surcaban su pechera sin el más mínimo escote. El otro, Don José, en el primer año de mi bachiller de los tres que mal cursara en los Hermanos Maristas de Málaga. Alto él, maduro, calvo, amable, laico; con su traje gris perpetuado en el que esquivaba las chalinas con jerséis grises de cuellos a la caja. La una y el otro fueron los maestros que dieron calidez a mi aprendizaje primario. Eran los que me hacían sentar a orillas de sus mesas para que no desperdiciara mi ya escasa aplicación ( yo representaba lo que hoy se ha dado en llamar un niño TDAH); los que guiaban mi mano deslizándose por los cuadernos de mis primeras caligrafías; los que examinaban por encima de mis hombros las cuentas que yo hacía; los que, puntero en mano, señalaban sobre el mapa los accidentes principales de la geografía que definía mi primer mundo conocido: la península ibérica y las islas.
La una y el otro hicieron de su tacto, de su amabilidad, de su amor y de su sapiencia, una tinta indeleble que tatuó mi cerebro infantil.
Ningún otro. No hubo más maestros. Solo profesores de materias aisladas, inconexas, sin unos adecuados y humanos hilos conductores. Son los demás. Ellos verborrearon su conocimiento como sofistas engañadores de realidades incoherentes. Ellos, sumergidos en un mundo de oposiciones, especialidades, jerarquías, petulancias y performance , me hicieron indeglutibles sus erudiciones las más de las veces.
Estos, los demás, me dejaron muy débiles improntas para el talento. Alguno de ellos solo me dejaron un montón de horas perdidas y unos caros e innecesarios libros que me indujeron a comprar.
Yo, una vez conseguida la autonomía del aprender y del aprehender, he construido mi propio crédito, del que vivo.
Modificado 01/10/2012 e.c.
Casaro