Neurología y Neurofilosofía para Transhumanos 

        Pylon Sánchez , neurólogos neurofilósofos  

00014. Ojos que no ven, corazón que no siente

 

Este dicho en castellano viene a querer significar que cuando no ves algo (o no te enteras) no sufres por ello.

Para enterarse de lo existente el organismo se vale de los sentidos del Sistema Nervioso y ellos están en su evolución preparados para conocer lo que precisamos. No oímos, no vemos ni olemos a más distancia de la que lo hacemos porque no precisamos, de momento, tener esos componentes evolutivos. Pero, ¿Que pasa cuando vemos y oímos (sentimos) - gracias a la tecnología (ejemplo internet, televisión, radio...) - unas señales que nuestro sistema nervioso no necesita y, por ello, no está preparado para su asimilación? Pues bien, ocurre que nuestro ‘corazón’ sufre.

Los humanos, desde siempre, hemos podido huir intencionadamente de los mundos reales y nos hemos refugiado en mundos virtuales e imaginarios, soñados en despierto, de una gran naturaleza aislante de la nocicepción y de la angustia (y de otras emociones dolorosas). Y esta habilidad la hemos podido mantener hasta que nos la sustrajo, no en su totalidad, la tecnología. 

Nuestra base para tal destreza radicaba en la grandeza del mundo en que habitábamos, en la inmensidad de sus distancias, en lo insalvable de sus fronteras naturales y sociales, en lo recóndito de sus lugares de esta esfera de vida, en los mas recónditos e ilocalizables lugares de nuestro cerebro soñador que hacían posible nuestro traslado soñado a tan distintas geografías, sociedades, épocas y estatus. 

Fue la tecnología la que redujo nuestro mundo, sus distancias, sus fronteras, sus íntimos lugares y lo empequeñeció, haciendo posible que a cualquier lugar llegara cualquier animal o cosa. Fue la mass media junto a la tecnología de la comunicación en general quienes hicieron pequeño este planeta: acortaron los tiempos de viajes de las personas y las cosas e hicieron instantáneas las noticias.

Nuestros sueños fueron desapareciendo, y nuestro dolor y angustia aflorando y quedando al aire, como una herida, sin piel y sin apósito, bajo el riesgo de que cualquier germen la afectase, expuesta a que incluso el soplo del aire la irritase, y descubierta, en su fealdad, a los ojos indiscretos e indolentes de los otros.

Necesitamos inmunizar nuestros sentidos ante estos ojos que si ven, precisar nuevos conocimientos para ellos y agrandar nuestro mundo para, por el, poder huir y soñar.


 


Modificado el 03/10/2012 e.c. 

Pylon & Sánchez