00015. Objeción a la clasificación de los trastornos mentales
Los humanos somos proclives a las clasificaciones. Estas nos sirven de gran ayuda para organizar el conocimiento y lo viene siendo desde que el conocimiento se instaló con un peso trascendente como una necesidad del cerebro para la hominización.
Antes, durante y después de la hominización, el humano, agrupa los elementos comunes que observa y los ordena en clases, los clasifica. Muchos y grandes rendimientos nos han dado las clasificaciones a lo largo de esta gran aventura, no del todo indeterminada al parecer, que es la vida del ser humano.
Clasificamos los libros, los accidentes geográficos, los elementos químicos de la naturaleza, el trabajo…y llegamos a clasificar incluso a los animales que observamos objetivamente en apariencia. Pero existe un tropiezo en nuestras escudriñadas clasificaciones: fracasamos al intentar clasificar al animal más próximo a nuestra esencia, al Otro hombre, a ese que se puede observar por fuera pero que se resiste a que los sentidos ajenos le penetren. En el Otro, su mismidad, es inescudriñable. De este Otro solo conocemos lo que él nos cuenta. Ni siquiera el rostro del Otro, ese enigma que a veces queremos vencer, es clasificable ya que actúa como la guardia pretoriana del cerebro pensante y lo defiende. El Otro siempre miente, por acción u omisión – no decir o no hacer lo que se espera que se diga o se haga es una forma de mentir - y ante esto, del estudio indirecto – estadisticado - , no se obtienen resultados coherentes.
Queremos los humanos clasificarnos y clasificar al Otro con unas identidades que no están a nuestro alcance. Ni tan siquiera la propia está libre de la mentira, del autoengaño.
Viene este exordio sobre las clasificaciones a presentar un trasfondo que hay que iluminar, el de la menos valiosa de todas las clasificaciones humanas: la clasificación de los mal llamados trastornos mentales.
Parto de la base de que ‘trastornado’ es un concepto que nos afecta a todos y a todo, y que en el trasfondo que nos ocupa lleva implícita la alteración de la normalidad de los procesos mal llamados mentales (de los procesos cerebrales), y para ello todavía no se han combinado genes en un cerebro pensante – y si ha ocurrido no se ha hecho conocer- que defina lo que es la normalidad de un proceso cerebral si no es acudiendo subjetivamente a los estudios indirectos de la estadisticación.
En la patología humana solo es válidamente clasificable lo objetivable lo que se denomina físico u orgánico, de estructura conocida, que puede percibirse mediante los sentidos clásicos. Lo mental, lo que no se puede objetivar por nuestros sentidos, no se puede clasificar porque no se conocen las estructuras de todos sus procesos (que son cerebrales).
Existen numerosas ventajas derivadas del conocimiento de los trastornos físicos clasificados para la práctica de la medicina. No obstante, igualmente, de la bastardía de la espúrea clasificación de los trastornos mentales el clínico se puede beneficiar para no andar nomadeando por parajes muchas veces esteparios de una vegetación de síntomas raquíticos y resistentes a los ambientes extremos. Pero de ahí a considerar este encajonamiento y encorsetamiento de los síntomas es presunción de saber mucho de un cerebro del que más que poco conocemos muy poco.
Algunos técnicos de la conducta humana se siente exégetas de las anomalías de la neurología de la conducta, sin haberlas aparentemente objetivado -y en muchos casos sin haber estudiado los procesos cerebrales que las constituyen-, y se erigen en especialistas del síntoma mental (como lo fue de la tos el tisiólogo) dándole a su práctica una orientación biblista (con los DSM).
Especular es bueno para la filosofía y gracias a sus teorías se ponen las primeras piedras de algunos posteriores estudios científicos. El método clínico –deductivo- de la neurología consiste en ir del síntoma al síndrome y de éste, localizando la alteración topográficamente, a la entidad patológica (que se objetiva o que hay que objetivar), mostrando el mal allí donde esté y poniéndole nombre –aunque el apellido se quede en expósito- .Y no como hace la gran parte de esos técnicos biblistas que tras ojear en el cajón de síntomas, llenos de subjetividad clasifican y tratan muchas veces lo intratable (por desconocido).
Tratan el síntoma (la depresión por ejemplo con antidepresivos) como si una neumonía que se expresa con fiebre recibiese como único tratamiento una aspirina para bajar la fiebre sin recurrir a los antibióticos y sin ver si existe una causa subyacente que la origine.
La técnica avanza y mediante algunos métodos de estudio se observa el mal y donde se produce, pero solo el mal físico (tangible), no existiendo tecnociencia para detectar mentes, espíritus y almas. Llegaran otros tiempos que indicarán las estructuras físicas de esos conceptos míticos.Y mientras llegan esos tiempos, unos tiempos no tan efímeros ni tan fugit como nuestras vidas - unos tiempos resultantes de los asentamientos de otros previos- clasifiquemos lo tangible ( lo material, lo cerebral) y busquemos lo intangible para objetivarlo de forma lo menos subjetivada (lo mental, lo psíquico, lo espiritual) que seguro que existe físicamente, ya que si se muestra, existe, tiene materialidad.
Llevamos XXVI siglos de historia escrita y hemos conocido muchas cosas, de algunas incluso sabemos, de otras seguimos estudiando para saber. No clasifiquemos lo que no conocemos. De la nada se obtiene la nada. Lo no conocido se encuentra buscando.
Modificado el 04/10/2012 e.c.
Pylon & Sánchez