00016. Los contrarios los tenemos, las virtudes hay que conseguirlas
Ya en la Antigua Grecia y en la Antigua Roma se valoraban las cosas y sus contrarias. Hasta los dioses eran para una cosa y para su contraria. Y es contraria la que se opone a otra por cualidad y no se puede poseer a ambas.
La virtud aristotélica mantiene el equilibrio de los contrarios, en el término medio, como la prudencia que nos conduce con sabiduría por la vida – ese concepto socrático que es el saber que capacita para la vida-.
Todos los contrarios se albergan en nuestro sistema nervioso (en nuestro cerebro) pero no todas las virtudes, para estas hay que ser sabio y la sabiduría se puede conseguir con la autoconciencia de nuestra inteligencia global y con la meta de un estado virtuoso global, ya que los virtuosismos se dan en los humanos conjuntamente con innumerables contrariedades. Sirva de ejemplo que es posible amar u odiar y a la vez ser un virtuoso en la ejecución de cualquier técnica, sea o no arte.
Teorizamos aquí sobre la idea de que el cerebro humano alberga la posibilidad de todos los contrarios, y de que solo la facultad natural y la adquirida de la relación sabia con el ambiente intracerebral (homeostasis) y extracerebral debe proporcionar ese estado virtuoso de saber conducirse en la vida, al margen de la posibilidad de desarrollar algún virtuosismo. Teorizamos tambien sobre la idea de que la pérdida transitoria, aunque sea recidivante, del prudente equilibrio no desvirtúa nuestra mismidad. Así por ejemplo, un estado virtuoso del ánimo es aquel en que ni está exaltado y que a la vez no está deprimido. Saber moverse por esa banda ancha entre la exaltación y la depresión del ánimo se puede considerar como un estado virtuoso. Si el humano se deprime al igual que si su ánimo se exalta no es castigado por la ley. Sus acciones, aunque desmedidas, serán consideradas como consecuencia de algún mal que sufre y nadie juzga conveniente apresarle salvo que su exaltación -próxima a la manía- o su depresión -próxima a la autolísis- sugieran al juzgador un riesgo para la vida del exvirtuoso del ánimo o para la de los Otros.
Se nos ocurre otro par de contrarios que ilustren esta teoría, el de el amor y el odio. Alguien puede pensar que es posible amar y odiar a la vez. Que se puede amar al vecino del B y odiar al otro, al del C . Nosotros, que no estamos convencidos de que sea posible esta dualidad al unísono, si lo estamos de que no hay juzgador alguno que quiera apresar al que amando también odie – es una suposición esta unisonía- . Odiar sin acciones motoras, solo de intención - de modo premotor (aunque las omisiones están siendo castigadas por las leyes sociales)- no se considera delito ni en los más obsoletos tratados de leyes.
Considerados los dos anteriores ejemplos de contrarios, un tercer caso podría arrojar luz sobre la inobjetividad de las conductas solo observables por las acciones (aunque hay quien se atreve a hacerlo en base a las omisiones), y nos referimos al par de contrarios que se constituye por la agresividad y la mansedumbre. Este par de contrarios enfrenta la naturaleza humana en un doble aspecto: la agresividad estructuralmente localizada en el cerebro primitivo que forma parte esencial de nuestra animalidad, y la mansedumbre, bello ejemplo de la hominización prudente. Una pugna entre la animalidad racional y la racionalidad animal. Y nadie ve lógico que en ausencia de agresividad, mates al Otro – expresión extrema de la agresividad – e inmediatamente retomes el equilibrio prudente que caracterizaba tu identidad. Menos aún, que tu yo agresivo lo sea recidivante. En este segundo y en el primero de los casos, los más gruesos barrotes privadores de una compatibilista libertad caerán entre la mismidad del agresor y el mundo agredido, trayéndole al paire al juzgador que ese humano haya recobrado el equilibrio entre contrarios o no y que esos barrotes solo miren hacia afuera dejando a sus espaldas un conjunto de desequilibrados en éste o en otros pares de contrarios. ¡A la prisión como solución!
La ciencia, y algunos de sus técnicos - los médicos - , tratan las contrariedades del primer par de contrarios, es decir el ánimo exaltado o deprimido. Por otro lado, la sociedad en general y la ciencia en particular miran a otro lado al paso del citado contrario del amor y el odio. Pero en cuanto al tercer par de contrarios, la agresividad o la pérdida de la mansedumbre, naturaleza animal sin y con racionalidad, no recibe más atención que la privación de la libertad – siendo la pena de muerte la solución final en las más bárbaras civilizaciones- .
No queremos inducir a pensar que no haya que proteger al Uno de la agresividad del Otro, pero si que la ciencia debe mediar donde solo lo hacen los juzgadores y prestar ayuda a aquellos desequilibrados de estos contrarios. La prisión es necesaria, a veces, pero no es suficiente. Y esto prueba como decíamos antes que no se puede amar y odiar al unísono.
Veintiséis siglos de historia han mejorado muchos aspectos de nuestra vida racional pero otros se retrasan en las manos de los políticos y los jurisperitos.Y es que los contrarios son fáciles de poseer, pero las virtudes, lo que se dicen virtudes – el equilibrio prudente del saber conducirse en la vida socrático-aristotélico – son difíciles de alcanzar. El tiempo, el tiempo de nuestras individuales vidas es demasiado fugit. Otros, no nosotros, privilegiados por el asentamiento de los individuales tiempos gozarán de esos logros que hemos deseado y para los que fuimos prematuros en su materialización.
Modificado el 04/10/2012 e.c.
Pylon & Sánchez