00062. Urbano versus rural
Mira que nos gusta la tecnología, la tecnociencia, pero lo rural, el campo, el contacto con la naturaleza, nos puede. Claro que podría combinarse lo bueno de algunas cosas urbanas con lo bueno de algunas cosas rurales, y de ambas sacar un hábitat urbarural. Durante mucho tiempo, durante casi un tiempo geológico, lo rural fue sinónimo de aislamiento. Vivir en el campo, en las afueras, en el contacto con la naturaleza, suponía la renuncia a todo aquello que la revolución humana, especialmente la derivada del bienestar social y de la tecnología, estaba afrutando.
De pequeñas agrupaciones humanas empezaron a ofrecerse los primeros servicios comunitarios que hicieron que los homo de este planeta prefirieran urbanizarse. Así, la vida comunitaria y urbana secundaria suponía el acopio de defensas, de alimentos, de atenciones en la enfermedad, de una educación compartida e incluso de un acceso a la comunicación en la distancia (las cartas, el telégrafo, el teléfono ...). Y todo ello fue creciendo y aumentando; si, todos esos servicios comunitarios.
Mientras crecían lo urbano y sus ventajas, también crecían y se añoraban la desventajas y los recuerdos biogenéticos de un pasado en la naturaleza. Empezamos a añorar los olores del campo, de sus frutos, de sus flores, de las predecibles lluvias, de la tierra mojada, de la tierra seca... Empezamos a añorar la vista de los horizontes, de las nubes que transmitían estados meteorológicos, de los campos sembrados, de la siembra natural de la tierra, de sus bosques, de sus animales, del mar inagotable, del cielo estrellado... Y empezamos a añorar los sonidos de los cielos, los de las faunas locales, los de las aguas libres en sus caminos o en sus aposentos.
Y durante este deplorar, doloroso, minorado disonantemente con los beneficios de sus ausencias, se mezclaron con ellas los estímulos que con su presencia nos perturban las emociones: el olor del asfalto, de las cañerías, de los gases tóxicos que desprenden nuestros automóviles y nuestras fabricas, el olor de ciudad, el olor humano a bacterias en los elementos comunitarios de transportes...; el ruido de motores, de gentes irrespetuosas con el silencio de los demás, de músicas - muchas veces estridentes- no demandadas, de noticias en las ondas que no necesitamos; la vista de construcciones que ocultan lo bello, de gentes que no son prosociales, de cielos oscuros y de estrellas borradas por la luminosidad de la noche.
¿Por que no volver al silencio ensordecedor alternado con músicas de la naturaleza, a las noches serenas y oscuras pero tenuemente iluminadas por la luz de los astros, al olor de las flores, a la mirada humana -amiga o enemiga-, a la comunicación universal? Ahora si es posible vivir en la naturaleza sin renunciar a beneficios de la tecnociencia. Deberíamos intentarlo. Es su tiempo. Es el tiempo del hábitat urbarural.
Modificado 11/10/2012 e.c.
Pylon & Sánchez